martes, 20 de julio de 2010

Martichollo

Con los Martichollos ocurre lo mismo que con las borracheras muy gordas, juras y perjuras que será la última, pero siempre vuelves a caer. Hace unos días fui a uno que se las prometía muy bueno. Vaqueros Levi’s a 20 euros. Tengo que ir, tengo que ir. Hasta mi madre pensó que merecía la pena. Así que fuimos las dos. Después de estudiar cuidadosamente el callejero (el outlet en cuestión estaba en un polígono industrial de San Fernando de Henares), llegamos al lugar indicado: una nave escondida en un callejón sin salida que era una mezcla entre el más cutre de los bares poligoneros de Alcorcón y la más peligrosa de las calles de Brooklyn.

En la puerta, junto a restos de basura y una caca de perro aplastada, hacían cola varias personas. Pero lo peor estaba por llegar. Una vez dentro, el caos y la anarquía se apoderaron de nosotras. “Tú miras por esos dos expositores de allí y yo, por estos dos. Cuando tengamos material suficiente, nos encontramos en este punto central. Sincronicemos relojes”. Cuando tenía media docena de prendas bajo el bajo, me di cuenta. No había probadores. Y todo el mundo sabe que no te puedes comprar unos pantalones sin probártelos en un sitio donde no te devuelven el dinero.

De repente vi que a mi izquierda había un hombre en calzoncillos probándose unas bermudas y al fondo, una chica en bañador poniéndose unos vaqueros. Lo vi claro. Recé para no encontrarme con nadie conocido en aquel lugar y blasfemé por llevar unas bragas feas con compresa de alas incluida. Respiré profundamente y me bajé los pantalones.

Allí en medio, delante de decenas de desconocidos me quedé medio desnuda y me probé casi veinte vaqueros, hasta dar con dos modelos que me gustaban y me valían. Con los dos vaqueros bajo el brazo y una sonrisa en la cara, me fui de aquel lugar pulgoso pensando en si merecía la pena hacer el ridículo de aquella manera con tal de conseguir un par de Levi’s auténticos de temporada al 80 por ciento.

Ya en casa, frente al espejo y con uno de los pantalones puestos supe la respuesta. ¿Dos Levi’s en mi armario por 40 euros? ¡Por supuesto que merece la pena!

martes, 13 de julio de 2010

Mallorca

Recuerdo las caminatas hasta el Moro para bañarnos desnudas, con la toalla al hombro y las sandalias de agua.

Recuerdo las esperas en la Cuesta, con la digestión a medio hacer.

Me acuerdo también de los helados en la terraza del hotel President, viendo a los alemanes tostándose al sol.

Y de los cangrejos cazados en el espigón. Y de cómo nos colábamos en la piscina de los apartamentos Aucanada para ligar con los turistas. Y de los ensayos de la gala CIGEF.

Recuerdo las púas de los erizos de mar clavadas en mi pie durante todo el verano.

Recuerdo los atardeceres en el pinar de enfrente de mi casa. Y del suave ruido del mar golpeando las rocas mientras planeábamos como sería la huida. Y de las horas perdidas...

Me acuerdo mucho del Faro. Ese faro encantado que vivía en una isla. Y que era la isla adonde queríamos huir.

Y de esos tiempos que ya no volverán.

Pero sobre todo, sobre todo me acuerdo de ti.

viernes, 2 de julio de 2010

Oda a Barcelona

Nadie sabe lo que daría por volver a estar sentada en el suelo de la Plaza del Sol. Con 19 años y aquellos pantalones cortísimos puestos. Sujetando un porro de marihuana con la mano derecha y con la cabeza echada hacia atrás. Riendo.


Aquella semana yo tuve Barcelona a mis pies. Y fui consciente de eso. Creo firmemente que el Arco del Triunfo fue levantado durante aquellos días para mí. Y que la Rambla de las Flores, el Paseo de Gracia o el Barrio Gótico fueron diseñados y construidos para que yo paseara por ellos, esas tardes de finales de junio.

Hizo tanto calor y yo estaba tan segura de mi misma que podía ir semidesnuda por la calle durante todo el día. Enseñando pierna y escote. Sin que me importara nada en absoluto lo que pensaran los demás. Allí no me conocía nadie.

Recorrí sus calles como un animal salvaje. Hice una mudanza, volé en ventilador, fui a una despedida de soltero, salí con lo puesto, comí burritos, estrené una casa, tiré petardos. Ardí en la hoguera de San Joan. Nadie sabe lo que daría por volver. Menos mal que lo tengo grabado a fuego en mi memoria y en mi piel.