No consigo quitarme la horrible sensación
de que estamos en el tiempo de descuento. De que en cualquier momento, el
árbitro pitará el final. Vivo en esa certeza constante desde el principio. Sin embargo,
pasan los minutos, las horas, los días, los meses y hasta los años, y el juego no
termina.
Y me pregunto qué pasaría si los 90
minutos anteriores no hubieran sido el verdadero partido. Me planteo que
ocurriría si el tiempo oficial es en realidad esta prórroga en la que ya ha
habido dos ocasiones de gol, y no las dos partes anteriores que acabaron 0-0.
Pero sigo aterrada ante el sonido
inminente del silbato.
¿Qué me pasa? ¿Es que acaso no creo en
el amor?