Ahí estábamos nosotros. Sentados sobre
nuestros cascos en una curva de La Morcuera, con las alforjas en el suelo y con
el sol del viernes escondiéndose detrás de Peñalara. Y la pobre Susi coja aparcada en la cuneta, con
un tornillo clavado en el centro de la rueda trasera. Genial.
“Tú tranquila que no pasa nada.
Llamo al seguro y que venga la grúa”. “Estoy muy tranquila y si consigues
llamar al seguro te invito a cenar”. “¿Cómo?”. “Que no hay cobertura en todo el
puerto”. Terror, risa floja, gambas estropeándose.
Con este bautizo, ya somos
moteros de verdad. Y yo estoy pensando hasta en hacerme un tatuaje en el hombro
que ponga “km 21”.