martes, 22 de marzo de 2011

Aparición en el metro de Madrid I

Hoy me he visto reflejada en el cristal de la puerta del vagón del metro en el que viajaba. Y no me he visto a mí. He visto a la niña de 10 años que hacía el trayecto Puente de Vallecas-Concha Espina para ir al colegio Nicolás Salmerón cada mañana.

Sin previo aviso, ante mí se ha aparecido una imagen de hace más de quince años, que creía olvidada. Sin embargo, en el reflejo se apreciaba clara y nítida.

La niña del cristal tenía la cabeza apoyada en la pared del vagón, con cara de aburrida, exactamente igual que yo. Pero no llevaba el pelo suelto como lo llevo ahora, sino una coleta despeinada. En lugar del portátil, a sus pies descansaba una mochilla llena de libros de texto. Y sus manos no sujetaban un teléfono móvil, sino Matilda abierto por la página 84 (...).

miércoles, 2 de marzo de 2011

La exprincesa de los pies maravillosos

Todo empezó a terminar cuando dejé de ser la princesa de los pies maravillosos.

En el año cero, todas las cartas de amor concluían con esas palabras: "te amo, princesita de los pies maravillosos". Al pasar el tiempo, el remitente que escribía aquello olvidó incluir en sus cartas esa despedida fundamental al final de la hoja de papel.

Yo no reparé en aquel descuido irremediable hasta varios años después. Años después incluso de que también desaparecieran las cartas. Y mi sorpresa fue mayúscula. ¿En qué momento ocurrió? y, sobre todo, ¿cómo hemos permitido que pasara?

El 22 de octubre de 2004 es la fecha en la que aparecen por última vez escritas esas palabras en el archivo de misivas que descansa en el estante que hay sobre mi cama. Imagino que la frase pasaría por aquel entonces a ser la despedida de los correos electrónicos de amor: mucho más frecuentes, pero también mucho menos románticos.

El caso es que en la última carta que me escribió, también de octubre, pero del año 2009, vuelve a aparecer la palabra "princesita". Sin embargo, va predecida por un "te quiero" revelador, en lugar de por un "te amo".

Dejar de amarnos desesperadamente y empezar a querernos ha sido lo peor que me ha pasado jamás. Y nunca te lo perdonaré.