jueves, 5 de julio de 2012

La oración


Anoche recé.
Lo hice en voz alta, como solía hacerlo cuando era pequeña y tenía miedo. Recité el Padrenuestro con los dedos entrelazados y le pedí a Dios que cuidara de todas las personas a las que quiero.

Y después, de repente, reconocí por primera vez ese deseo que tengo oculto durante meses por ser madre. Sin previo aviso, lo admití por fin.

Y me asusté mucho. Así que volví a rezar. Y al terminar el Padrenuestro, me tendí otra emboscada y, antes de que me diera tiempo a pedir nada sensato, rogué quedarme embarazada cuanto antes. Mañana. Esta noche. Hace dos semanas.

Ahora ya es real. Lo he reconocido por fin. Acabo de convertir un pensamiento pasajero, que no terminaba de cobrar forma, en un verdadero deseo.

Y me vuelvo a dar cuenta de que no es tan difícil reconocer en cada momento qué es lo que quieres y qué lo que no quieres. Y gritar, “oye, que esto no lo quiero” o, por el contrario, “eh, que sí quiero, que sí, que lo quiero”.

Y yo lo quiero. Lo quiero, lo quiero, lo quiero. Dios, cómo lo quiero.