miércoles, 25 de agosto de 2010

La vieja de la Cuesta Moyano

Hay en Madrid una vieja cascarrabias que merece que alguien (aunque sea yo) escriba sobre ella. Se trata de la dueña de una de las casetas de la Cuesta de Moyano, en las que se venden libros antiguos y de segunda mano. Tiene el pelo corto y gris, falda gris y mirada de pocos amigos, también gris. Debe de rondar los 70 años y, a pesar de que tendría que estar ya jubilada, cada mañana abre su puesto junto al Jardín Botánico para tratar de vender algún libro viejo. Sin embargo, cualquiera que pase a su lado comprenderá en pocos segundos que la verdadera labor de aquella mujer no es la de vender sino la de espantar a los posibles clientes.

La sucesión de los hechos es siempre la misma. Una persona pasea tranquilamente por la Cuesta Moyano. Está feliz de que sea un sábado tan soleado y de que Madrid guarde todavía rincones como este. Con esa idea de que no todo es tan malo en la ciudad dando vueltas en su cabeza, camina distraída mirando el género de las casetas. A mitad de la cuesta llega a un puesto regentado por una vieja. Nuestro paseante piensa: pobre mujer, tan mayor y aquí sola vendiendo. Si algo me gusta, se lo compraré. Y en ese momento, cuando la persona se acerca para hojear algún libro, nuestra vieja se lanza enérgicamente hacía ella, le arranca el ejemplar de las manos y dice, casi a voz en grito: “¡Si no va comprar nada, váyase! ¿No ve que estoy recogiendo?”. Y continúa mascullando sola, mientras su comprador se aleja confundido, “revolver, revolver, es lo único que saben hacer”.

Por supuesto, su excusa de recoger el puesto es falsa. No está haciendo nada. No ordena, ni almacena, ni tiene intención de cerrar por hoy su caseta. Solo está esperando a que otra víctima se acerque, para volver a saltar sobre ella como una araña en su tela y regañarla por no comprar nada y desordenarlo todo.

La primera vez que la vi me enfadé mucho. Yo misma estaba a punto de comprarle un libro de Capote cuando, de un empujón y sin mirarme a los ojos, me gruñó que me fuera de allí. No quise discutir con una anciana pero me quedé con las ganas de decirle que acaba de perder una venta. Qué ingenua. A los pocos segundos, ocurrió lo mismo con una pareja mayor. Y después, con un hombre joven. Rápidamente me di cuenta: aquella vieja solitaria no quería vender libros. Su único objetivo era poder discutir con alguien. Necesitaba a la gente para poder descargar su mal humor.

Desde entonces, algunos domingos, voy a la Cuesta Moyano y me siento en un banco frente al puesto de la vieja cascarrabias para observar divertida como ahuyenta a sus propios clientes. Para ver como, a regañadientes, tiene que formar parte de la sociedad a la que odia y sin la que no puede vivir.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hoy estoy deprimido. Me siento triste. Vuelvo de vacaciones y me enfrento a la caseta llena de polvo, telas de araña y también, aunque me cueste admitirlo, algunas cagaditas de ratón. Saco los tableros y los montones de libros, los mismos que había antes de las vacaciones. Trato de disponerlos de la misma forma, los baratos a un lado y los más brillantes al otro. Y cuando creo que ya está todo montado, me doy cuenta de que algo falla. Ha pasado un ciclista pedaleando en bici. Y también unos turistas japoneses han hecho un reportaje fotográfico de las viejas casetas de madera. Para colmo, una pareja pasea feliz entre los puestos, él demostrándole todo lo que ha leído a la chica, y ella, hojeando compulsiva los libros que hay sobre el mostrador. No hay una voz más alta que la otra. Nadie camina cabizbajo después de una regañina. Y es que la vieja gruñona no está. Fue a primeros de agosto. El entierro no fue de lo más concurrido. Pero ese día descargó una fuerte tormenta veraniega.
Me dirigí a la chica y le arranqué el libro de las manos. "¡Eh!, que lo estoy viendo", me dijo. "Pues si solo hay letras" -dije yo- "No sé que quieres ver". De pronto me encontré refunfuñando y tapando los montones de libros con cartones, como si fuera a recoger.
In Memorian
Conchita tenía 83 años. Llevaba más de 50 en el puestecillo de libros.

Anónimo dijo...

Yo también fui una víctima de esa mujer.
Un domingo paseaba por la Cuesta Moyano, y llegué a su caseta. Casualmente estaba a punto de comprar un libro que me interesaba, no recuerdo cual, y apareció como un tsunami, revolviendo todo y diciéndome que si no iba a comprar que me fuera.
Me quedé estupefacta porque no me lo esperaba. Me fui de allí y volví a casa.
Comenté el incidente con mi novio y casi no se lo creyó.
Otro día pasé de nuevo por allí, y la vi sentada en una silla, y pensé: Hoy voy a ser yo la que le de la sorpresa. Me acerqué a ella y le hablé del incidente que tuvimos.
Le dije que había perdido una venta y que era la persona más antipática que había visto vendiendo.
Ella estaba sorprendida y se quedó callada. Luego me dijo bueno, pues si es lo que piensas, ya está, y evitaba mi enfrentamiento. Yo seguía diciéndole como podía ser así con los clientes.
Cuando ya me iba me dijo unas palabras que me dejaron también sorprendida, casi más que la primera vez: "Ten cuidado cuando cruces, ten mucho cuidado con los coches".
No sabía qué pensar.
Por este blog me he enterado que ha fallecido.
No estoy triste.