miércoles, 12 de enero de 2011

La conciencia

La gata me mira fijamente desde el pasillo. Sentada sobre sus patas traseras, observa en silencio cómo me pruebo un pantalón tras otro frente al espejo. “Sé lo que estás pensando”, le digo. Ella bosteza aburrida, se levanta y se va.

Diez minutos después, entra en el baño para continuar curioseando. De un salto se sube al mármol del lavado y me examina de nuevo mientras me cepillo los dientes. La contemplo durante varios segundos a través del espejo. Quieta, fría e impasible. Con su ojo verde y su ojo marrón.

"Ya te he dicho que sé lo que estás pensando -repito-. Y sigue siendo no". Agarro sus cuatro kilos y medio de peso y la bajo al suelo. Se revuelve ligeramente y con un maullido de desaprobación me muerde un dedo del pie derecho.

Al rato, con el abrigo puesto y a punto de marcharme, ella sigue con su mirada clavada en la mía. Me vigila fijamente junto a la puerta. Ni siquiera pestañea. Algunos animales no necesitan decir ni una palabra para conseguir lo que quieren. "Qué guapa y qué lista eres Inca".

Finalmente me quedo en casa y la gata se va a dormir al armario. No vuelvo a verla en toda la tarde. El trabajo ya está hecho por hoy.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No soporto como escribes porque me encanta.