miércoles, 5 de mayo de 2010

La chimenea

El fuego naranja, amarillo y azul devoraba los tres troncos de roble. Bailaba sobre la madera enfurecido, enmarañado y rabioso. Centelleaba dentro de la chimenea, como demostrando que si no fuera por las tres paredes de piedra que lo encerraban, saldría para engullir el salón, la casa, el pueblo, el campo. Las llamas chispeaban rápidas y nerviosas. Eran transparentes y suaves, no parecían peligrosas.

El gato negro las miraba hipnotizado. Sentado sobre sus patas traseras, atento y concentrado, seguía el baile de las llamas que se reflejaban en sus enormes ojos amarillos. Cada vez que una pavesa saltaba fuera de la chimenea, el gato la cazaba como si fuera una mosca. Se abalanzaba sobre ella y la olía, hasta que estornudaba. Entonces volvía a sentarse, a esperar a que saltara otra. Y así podían pasar las horas.

Con el fuego rojo dentro y el gato negro fuera, la chimenea parecía la boca del mismísimo infierno. Y sin embargo, no había nada más agradable en el mundo que sentarse en el sillón a mirar al gato mirar la chimenea. Con un poco de suerte, en algún momento se aburriría de oler trocitos de ceniza y se subiría para acurrucarse. Y así poder observar directamente el fuego naranja, amarillo y azul devorando los tres troncos de roble.

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