miércoles, 23 de junio de 2010

Abrazo en el hotel California

No llevaba ni cinco minutos en la habitación número 23 cuando el móvil sonó. La melodía de Lou Reed se escuchó unos segundos y se cortó. Ahí estaba. Era la señal de que él la esperaba en el lobby del hotel. Tres meses y un Madrid – San Francisco con escala incluida después, solo les separaban unos cuantos metros en ascensor.

No esperaba que llegara tan pronto. Pensó que tendría tiempo de lavarse la cara, peinarse y ponerse unas bragas limpias antes de que él viniera. Pero, ¿qué importaba? De un salto cogió la llave que estaba sobre la televisión y salió corriendo por el pasillo. El ascensor estaba ocupado pero, como su paciencia no le permitía esperar ni un segundo más, bajó por las escaleras. Corriendo, volando, saltando de dos en dos los escalones enmoquetados por los que varias veces estuvo a punto de caer rodando. Aquellas escaleras interminables bajaban al cielo.

Por fin, con la respiración entrecortada y el corazón latiendo intensamente, superó el último tramo de las escaleras y cayó en la recepción. Y allí estaba él. De pie, con su cazadora azul y sus manos en los bolsillos. Se miraron durante el tiempo que se tarda en superar los dos metros y medio de aire que había entre ellos. Medio segundo después se abrazaron.

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