martes, 24 de enero de 2012

Generación perdida

De momento estoy teniendo mucha suerte. Ni un revisor en meses.

La cosa es así. Viajo tranquila la mitad de mi trayecto. Leyendo, mirando por la ventanilla o espiando a los demás pasajeros que vuelven cansados de trabajar. Pero cuando el tren cierra sus puertas en Villaverde Alto y se pone de nuevo en marcha, cruzando la invisible y temida frontera entre la Zona A y la Zona B, dejo lo que estoy haciendo y me concentro en vigilar las dos puertas que comunican el vagón con el resto del convoy.

En mi plan sin plan, imagino que si veo entrar a un revisor pidiendo billetes me dará tiempo a esconderme en un compartimento a lo Con la muerte en los talones o a saltar a la vía y escapar a la carrera. O mejor, que improvisaré un discurso en inglés disculpándome porque soy una turista despistada y no sabía nada del cambio de zona.

Y así paso las cuatro paradas que me separan de La Serna. Con mi triste Abono Transportes y su delatora A en las manos, mirando los polígonos industriales y las casas de ladrillo de las Zonas B y B1.

Luego nunca pasa nada. Llego sin problemas, nadie me ha pillado y salgo de la estación con esa ligera satisfacción de quien ha burlado a la autoridad una vez más. Pero un día me van a enganchar. Lo presiento. Ya me toca.

_Ya te has vuelto a colar, ¿a qué sí?
_Sí.
_Un día te van a pillar.
_Lo sé. Pero no me queda otra.

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