lunes, 25 de junio de 2012

Azul




No consigo quitarme la horrible sensación de que estamos en el tiempo de descuento. De que en cualquier momento, el árbitro pitará el final. Vivo en esa certeza constante desde el principio. Sin embargo, pasan los minutos, las horas, los días, los meses y hasta los años, y el juego no termina.

Y me pregunto qué pasaría si los 90 minutos anteriores no hubieran sido el verdadero partido. Me planteo que ocurriría si el tiempo oficial es en realidad esta prórroga en la que ya ha habido dos ocasiones de gol, y no las dos partes anteriores que acabaron 0-0.

Pero sigo aterrada ante el sonido inminente del silbato.
¿Qué me pasa? ¿Es que acaso no creo en el amor?

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